The XX

Coexist es una obra maestra. Comienzo a las claras por el veredicto -invirtiendo el orden lógico de un hipotético juicio que sirviese para calibrar la ralea de este segundo disco de The XX- para evitar que posibles lectores con prisas o cero ganas de leer las argumentaciones que expondré a lo largo de este escrito se queden sin saber lo importante del asunto por no llegar al final. El ahora (desde 2009) trío londinense dejó transcurrir 37 meses entre la publicación de su primera y prometedora (aunque imperfecta) referencia larga y la que me ocupa ahora, dosificando de manera anacrónica (para como es la industria discográfica desde la parición de Internet) las grabaciones que muestran al mundo ya pulidas, supervisadas y con su estristo control de calidad autoimpuesto en perfecto orden. Esto evidencia el afán de perfeccionismo de un grupo que prefiere publicar poco y bueno a mucho y prescindible, un grupo que ha tomado desde un primer instante plena consciencia de sus capacidades y, pese a su juventud, sigue una política de edición que se antoja la de un sabio ya curtido en esas lides a causa de su edad bíblica. Un grupo, en definitiva, que se sabe capaz de pasar a la historia o, en su defecto, de condicionarla influyendo a incontables grupos que vengan a rebufo suyo. No sé si sois ludópatas del F5, pero si Bet & Win contemplara la posibilidad de apostar a 5-10 años vista qué grupos definieron el sonido de las nuevas hornadas musicales de por ese entonces, apostaría todos los ahorros que nunca tuve a The XX. Sin dudarlo.

Analicemos, antes de lo que supone Coexist por sí mismo, lo que es en contraste con su antecesor. Es significativo el abandono de la guitarrista Baria Qureshi; ahora no confluyen jamás 2 guitarras en el mismo plano sónico, como sucedía en no pocos temas del debut (condicionando en algunas ocasiones a desaprovechar la guitarra de Romy Madley Croft en innecesarios palm mutes rítmicos, o directamente creando superposiciones prescindibles como la que se daba en Crystalized), y al ser un trío han eliminado el mayor riesgo que podía tener la presencia de un cuarto elemento ocioso como Baria sobre un reparto de tareas trino y equilibrado como el actual: llevarles a la ornamentación innecesaria, al artificio prescindible, al punto opuesto de lo que son. Por su lado, Jamie XX, la esponja musical que absorbe nuevos sonidos y expele ideas al exprimirle, ha pasado de ser un newcomer en el mundo de la producción y el toqueteo de botones a alguien con cierta experiencia a sus espaldas y, lo que es más importante, confianza plena en si mismo para aplicar e implementar sus ideas y sugerencias como consecuencia de ciertas colaboraciones y los halagos de la prensa musical. Es esencial ese cambio de ¨¿y si hacemos…?¨ a ¨pues mira, vais a hacer esto así¨. Porque no nos engañemos, Romy y Oliver Sim son unos músicos excepcionales y plenos de talento, pero se les nota a la legua necesitados de alguien de confianza que les transmita seguridad. Y ahí esta Jamie.

Existe cierto abandono de influencias respecto al debut (ya no hay esos tonos de guitarra a la Chris Isaak ni esos punteos Young Marble Giants) y una explicitación clara de lo que se daba a conocer eventualmente en algunos puntos concretos de ciertas canciones: The XX se deben, en esencia, a la música popular de clubes que proliferó por los garitos y radiofórmulas de todo UK desde finales de los años 80. Si en su primer disco construían el climax de Infinity advocándose a ese hit trance imperecedero que fue el Café del Mar de Energy 52, en Coexist cada tema recoge en las notas de bajo, sintetizador y guitarra más de dos décadas de melodías de música de baile. Desde el house al trance y sin avergonzarse por descubrirse admiradores del eurodance. Las guitarras, las palabras, los coros, TODO es música de baile popular. Jamie XX pone sus bases al servicio de esta deconstrucción del pasado, bases que beben de las nuevas corrientes electrónicas de las islas (con especial atención a Burial y sus bombos como latidos), corrientes que definen las músicas del futuro. Y en medio de todo The XX, a su bola, ensimismados en lo que hacen, dedicando 6 meses a dar forma a lo que bajo la imagen de una X recoge 11 canciones (12 en su edición japonesa). Lo que no saben es que acaban de definir el pop del futuro. Tampoco les importa, probablemente.

El vínculo de la música de baile de superclubs británicos (Cream, Ministry Of Sound, etc etc) con The XX que comentaba antes es algo que no sale demasiado a colación a la hora de hablar de Coexist, hasta el punto de quejarse no pocos insensatos tildando al disco de no electrónico cuando Oliver y Jamie dijeron en varias entrevistas anteriores a su publicación que seguiría esta senda, la de la electrónica. A estos merluzos ni agua; en lo concerniente a la prensa musical, manda cojones; que no es algo que haya que descubrir, oigan, es un hecho que evidencian los mismos The XX en cuanto pueden (versiones en directo de ATB, Robin S, The Source/Candy Staton), quieren (entrevistas) y les dejan (toda el imaginario tocante a este segundo disco juega con imágenes comunes en flyers de la cultura de club británica). Y es algo que, curiosamente, comparten con compañeros de viaje como los suecos jj (teloneros suyos durante las primeras giras, amén de colenjis de estructura nominal) y los americanos Salem, ya que ambos grupos han sampleado, versionado y adaptado -sin cinismo o distanciamiento postirónico alguno- canciones de formaciones tan conocidas como Alice Deejay y proyectos como Taylor Dayne. Antes o después tenía que salir una generación de músicos influidos por esos géneros, lo que no podía sospechar es que diera lugar a semejantes fenómenos.

Pero ahora toca hablar de qué han conseguido The XX como grupo, como hallazgo propio. Lo primero, aunque parezca de perogrullo, ser ellos, que no es poco. Aquí los chavales se han aislado, han hecho caso omiso de todo consejo exógeno o comentario mierder del palo ¡eh, tío, evolucionad! (sic) para ir a lo suyo. Y esto, paradójicamente, les ha permitido evolucionar; si consideramos una mejora y optimización de algo, vivo o inerte, una evolución, aquí los londinenses lo han petado porque a oídos de Darwin no puede existir un proceso evolutivo mejor que el de estos señores entre su debut homónimo y Coexist. Si los humanos precisamos de gritones de años para llegar a ser la mierda que somos a día de hoy, supuesto culmen de la evolución, lo de The XX, en 3 años de nada, es propio de deidades. Que visten de negro y se cuelgan llaves del cuello, pero Dioses al fin y al cabo. Lo segundo es su uso de los silencios, que ha llegado a ser un elemento sónico poderosísimo en su música. Han inventado la elipsis sónica, aquí los señores, que no es poco; una elipsis que supone una ausencia de sonido pero que transmite más información que la misma presencia de él. Por no hablar de su resultado como apelación a las entrañas del oyente. Touching, que dicen los ingleses.

Coexist también ha polarizado a la prensa musical, separándola de forma evidente en sus dos máximas representaciones: la facción británica –que ejerce un lógico proteccionismo sobre sus cachorros, si bien tampoco se atreve a tildar al disco de obra maestra- y la facción estadounidense –que reconoce que el disco está bien, pero prefiere no ensalzarlo para favorecer los intereses de las bandas autóctonas.- Por supuesto ambas perspectivas deberían sudaros la polla, pues la prensa musical ya no existe, sino que son espacios publicitarios de escaso interés escritos en un tono canalla vergonzante (¡hola, Vice!); en esta ocasión lo que arroja más información son los buenos, magníficos resultados de la acogida del disco entre el público (aka ventas), que al colocar Coexist en varios países en los primeros puestos de ventas todavía permiten albergar cierta esperanza por ya no la salvación del mundo, pero si un ragnarok con música digna.

Angels, a cuenta íntegra de Romy, abre son una sutileza maravillosa, definiendo el menos es más que enarbolan The XX, pero no rechazando el reverb (que tanto aman) ni el trasfondo rítmico del bajo de Oliver. Una canción que, en su sencillez, bien podría ser el manifiesto del grupo. Chained ya se mete de lleno en la electrónica, con Jamie sosteniendo el tema con sus pulsaciones rítimicas e interpolando un sample de The Crusaders. Aquí ya se complementan las voces de Romy y Oliver como nos acostumbraron desde su debut. Y en el minuto 2 aparece una progresión de guitarra casi propia de las pentatónicas que usaba Dean Wareham en Galaxie 500 para hacer implosionar las canciones, sin nprevio aviso ni indicio alguno de que esto fuera a suceder. Eso en un tema de marcado corte electrónico, ojo. ¿Que no arriesgan?

Fiction, a cargo de Oliver, cabalga de nuevo por la senda electrónica, con esos sintes que sostienen la progresión y la providencial guitarra de Romy jugando a emular patrones propios del eurodance. Try es quizá la que más tenga que ver con el hip hop y el R & B noventero, y permite que Romy experimente con la guitarra haciendo arpeggios. Es curioso ver cómo la letra parece reflexionar sobre el hecho de crear, volver a intentarlo y, ojo cuidado con esto, plantearse si merece la pena un nuevo intento. ¿Dudas sobre la continuidad de The XX? El tiempo dirá.

Reunion y Sunset forman un díptico fascinante, la separación entre ambas pistas en vinilo es casi insignificante y terminan por parecer casi una unidad indisoluble (o parte de una sesión musical) de distintos tonos. Reunion, con esos tambores metálicos de Jamie que le confieren cierto aire exótico, es quizá el momento donde The XX consiguen llenar más espacio de sonido. Tiene un tono parecido al Pass This On de The Knife (que a su vez recurría al Who Needs Sleep Tonight de Silicon Soul), solo que con un parón MONUMENTAL de casi 5 segundos que es sublime, azafrán en corcheas pero sin ellas. Y Sunset, con el bajo crujiente de Oliver y la guitarra ya de vuelta y jugando a ser tocada por un Robert Smith narcotizado, mira al trance de las islas (Darren Emerson y Darren Tate especialmente) para responder con desilusión y amargura a la posibilidad del reencuentro que planteaba minutos antes Reunion.

Missing, con otro silencio para enmarcar seguido de una subida en la intensidad vocal de Oliver francamente conmovedora, tiene unos bombos de una contundencia incontestable y un órgano que parece resquebrajarse, como de IDM o indietrónica de la casa Morr Music. Todo lo último cortesía de Jamie y sus botones de niño loco alemán. Tides continua la senda trazada por Missing, si bien la cadencia es más proclive a que el oyente pueda bailar, aunque sea la danza del Diazepam. Incorpora unas cuerdas que aluden a la emotividad de quien escuche, pero no de forma burda, para nada; sólo se manifiestan levemente, como si siguiesen las estrictas reglas sobre nada de vociferar delimitadas por el grupo. Unfold vuelve a los patrones de Missing, y es quizá la canción donde Romy y Oliver alcanzan sus mejores registros de voz. Resulta magnífico escucharles a ambos cantar el estribillo casi desprovistos de todo acompañamiento musical, como si fuese eso a capella.

Swept Away cuenta con una clara influencia house en sus bases, que casi la podrían hacer pasar por una referencia del sello Trax; a esto también ayudan las notas de piano que aparecen ocasionalmente. No obstante, la guitarra de Romy sigue mirando a patrones tranceros de finales de los años 90. No creo que tarden demasiado los de Young Turks en comisionar unos cuantos remixes para editarla como maxi de baile. Our Song supone el cierre para este disco en su versión europea y americana, brillante broche donde Jamie vuelve a hacer de las suyas, retorciendo el sonido hasta dar la impresión de que las bases están siendo reproducidas a la inversa. Reconsider, la canción omitida en esta edición, quizá se eche en falta, pues resulta ser una pieza brillante que, quizá me temo se deba a esto, no sabría bien donde poder incorporarla de tal manera que no supusiese una ruptura de una secuenciación que resulta acertadísima.

Para acabar, reitero todo lo dicho en el primer párrafo y os emplazo a que, ante toda duda sobre el grupo, sigáis los consejos de Tracey Thorn, sabia mujer a quien The XX parecen admirar –Marine Girls y Everything But The Girl comparten semejanzas con esta formación, y Romy, pobre, es como la hija que Tracey nunca tuvo con un bulldog- y que proclama su admiración por la banda desde hace tiempo. Ya después os compráis el disco. Muchas copias. Que nadie se quede sin él. Regaladlo. Está feo morir sin escuchar esta obra maestra absoluta, esta anomalía que 3 autistas taciturnos han tenido a bien entregar al mundo.