Música Clásica.

Es una pregunta difícil, como ya se ha comentado, pero allá van mis diez favoritas... del momento, en estricto desorden:

1. Gustav Mahler: Sinfonía nº 5. Aunque la presente selección obedece a mi particular gusto, en este caso la Quinta de Mahler (flanqueada por una Cuarta engañosamente ingenua y por la cataclísmica Sexta) sintonizó conmigo desde temprana edad, con su tormentosa introducción, su socarrón scherzo, el famoso adagio (difícil de interpretar sin excesos melodramáticos) y el fresquísimo rondó final, cumbre de la sabiduría orquestal de Mahler. Junto con la Primera, es una excelente puerta al mundo sinfónico del austriaco.

2. Sergei Rachmaninov: Sinfonía nº 3. Con un lenguaje más ácido que la Segunda, pero al mismo tiempo barnizada de la más exquisita melancolía, esta página de Rachmaninov me fascina. Tiene un cierto aire al Tercer Concierto para piano, y como en él, hay un esquemático scherzo incluido en el segundo movimiento. La coda del tercer movimiento es una delicia que ningún melómano puede desconocer.

3. Arthur Honegger: Sinfonía nº 3, "Litúrgica". Una grata sorpresa para mí, pues la obra de este suizo, con excepción del "movimiento musical" Pacific 2-3-1, no es muy conocida. La sinfonía, en tres movimientos como todas las del compositor, es una dolida rememoración puramente instrumental de los años de la Segunda Guerra Mundial, pese a los títulos de los movimientos, extraídos de la misa de réquiem. El primero, "Dies irae" (Días de ira), es de carácter frenético y violento, siendo a su vez el más corto. El segundo, "De profundis clamavi" (Te imploramos desde el abismo), manifiesta desolación mediante los sombríos timbres de la orquesta. El tercer movimiento, "Dona nobis pacem" (Danos la paz), de unos diez minutos de duración, comienza con una ominosa marcha cuyo tema repetitivo parece indicar que la amenaza de guerra no terminará nunca. Este movimiento tiene un poder hipnótico y arrasador hasta que, luego del clímax horrísono pero voluptuoso, llega una calma bendita: la flauta entona uno de los temas de la marcha súbitamente dulcificado, como el canto de un ruiseñor. La sinfonía termina en una atmósfera de gratísimo lirismo y esperanza.

4. Hector Berlioz: Sinfonía fantástica. Esta obra, escrita por un joven músico francés enamorado sin esperanzas de una engreída actriz irlandesa, representa la irrupción de la música romántica programática. Su estreno en diciembre de 1830 causó un escándalo favorable, toda vez que las innovaciones técnicas tenían razón de ser en función del enfebrecido programa redactado por el músico, que fue entregado al público asistente. En él se dice que un artista no correspondido en el amor decide envenenarse con opio, pero al no resultar mortal la dosis administrada, queda sumido en un sueño alucinatorio: su amada se le presenta como una melodía, la idea fija, que se repetirá a lo largo de los cinco movimientos, que son: Ensueños y pasiones, Un baile, Escena en el campo, Marcha al cadalso y Sueño de una noche de aquelarre. En la Marcha... el protagonista es conducido a su ejecución por haber dado muerte a la señorita de marras; en el Sueño..., los espíritus y las brujas se apiñan alrededor de su tumba e invocan su alma maldita para que asista a una misa negra en honor de la diablesa mayor: la propia amada convertida en trasgo. Suenan las campanas de la vieja iglesia del cementerio (en la versión de Karajan con la Filarmónica de Berlín, 1967, es sonido es aterrador), la orquesta entona la monodia del Dies irae, cae la lluvia sobre las lápidas y todo concluye con una ronda infernal magníficamente escrita. La "Fantástica" no es una sinfonía en el sentido clásico de Haydn y Beethoven, sino más bien una colección afortunada de movimientos ligados musicalmente por la idea fija, pero es imprescindible. El propio Berlioz desechó años después el programa y permitió que la música viviera por sí misma.

5. Dmitri Shostakovich: Sinfonía nº 8 (algunos la llaman "Stalingrado"). Una de las sinfonías más desgarradoras y sinceras de este músico que vivió largos años bajo el terror estalinista. Compuesta en 1943, cuando el Ejército Rojo empezaba a capitalizar sus recientes victorias sobre los alemanes, no expresa sin embargo ningún entusiasmo triunfalista. La sinfonía, cuyo largo primer movimiento aumenta la tensión hasta extremos casi insoportables, describe el corazón del totalitarismo, sea del signo que sea. Los siguientes dos movimientos son cortas y alocadas piezas de fuerte componente rítmico; sobreviene un gélido cuarto movimiento en el que la orquesta tirita de miedo y frío, y finalmente, los fagotes entonan el tema del quinto, que no es una oda a la victoria cercana sino el resignado proseguir de la vida empeñada en no morir. Me gusta mucho también la Sinfonía nº 11 de este autor, titulada "El año 1905".

6. Ludwig van Beethoven: Sinfonía nº 9, "Coral". Es tan conocida que no hay mucho que decir, salvo quizás que nuestra percepción de esta pieza, si no se es músico (como es mi caso), depende sobremanera de la versión escuchada. Furtwängler en Lucerna (1954) produce un torbellino de lava y destaca detalles que no suelen sonar ni en las modernas grabaciones digitales; Karajan no acierta, aunque cumple en alguna ocasíón -grabó varias veces esta sinfonía con los berlineses-; Ormandy le saca el jugo a las cuerdas y Fricsay consigue un genuino canto a la alegría, ajeno a todo misticismo pero imbuido de ganas de vivir.

7. Franz Liszt: Sinfonía Fausto (es más un tríptico de poemas sinfónicos, pero valga el título). Esta sinfonía, subtitulada "Tres retratos de carácter", se divide en tres movimientos que se llaman, como era de esperarse, "Fausto", "Gretchen" (Margarita) y "Mefistófeles". El primero presenta temas de diversa índole: Fausto como pensador, como héroe, como amante. Vale la pena comentar que los primeros compases del movimiento presentan lo que los expertos consideran la primera serie dodecafónica de la historia (Wagner usaría esta misma frase cerca del final del segundo acto de "La valkiria"). Margarita, con su orquestación adelgazada hasta lo camerístico (corno inglés sobre cuarteto de cuerdas), expresa la quintaesencia de la femineidad en términos del romanticismo del siglo XIX. El tema amoroso de Fausto arropa progresivamente al de Margarita en exquisito contrapunto. Mefistófeles, el espíritu de la negación, no tiene un tema propio, sino que se apodera de los de Fausto y los desfigura con ironía. Aquí despliega Liszt sus enorme sabiduría orquestal y nos brinda uno de sus frescos sonoros diabólicos más logrados. No es un demonio terrorífico, sin embargo, sino más bien cortesano y nihilista. La sinfonía concluye con un "Coro místico" que, junto a un tenor solista, entona los últimos versos del "Fausto" de Goethe, aquellos de "lo eterno femenino [que] nos conduce a lo alto". Bernstein y la Sinfónica de Boston grabaron la que en mi opinión es una lectura óptima.

8. Cesar Franck: Sinfonía en Re menor. Música pura, asfixiada, emocionalmente frustrante pero bellísima, de sonoridades mixtas, casi brahmsianas. Dividida en tres movimientos, es tal vez una de las sinfonías de más calidad del periodo 1850-1900.

9. Felix Mendelssohn: Sinfonía nº 5, "Reforma". Una de las piezas más inspiradas y nobles de don Feliz, a mi parecer, con cierto aire schumanniano. Mendelssohn emplea en el primer movimiento el mismo coral luterano del que Wagner se serviría para dar un tema al Santo Grial en su última ópera, "Parsifal". El movimiento final, romántico hasta la médula sin perder unción religiosa, anticipa el estilo de Bruckner. He escuchado pocas versiones que me hayan satisfecho tanto como la de Riccardo Muti y la Philharmonia Orchestra.

10. Johannes Brahms: Sinfonía nº 4. Este monumento musical merecería que le dedicaran todo un instituto de estudios por su sabiduría técnica y psicológica. Es la culminación del sinfonismo beethoveniano, la demostración de que los modos clásicos siempre pueden manar agua fresca si se los conoce profundamente y se los ama como Brahms. La versión de Carlo Maria Giulini con la Filarmónica de Viena es sobrecogedora. La verdad, no sabía si escoger la Cuarta o la Tercera, pues ésta última me encanta igualmente y me suena más cálida, más íntima, especialmente su movimiento lento (el segundo), inenarrablemente bello. La Tercera de Brahms es la sinfonía de la plenitud en la tierra; la Cuarta es una sinfonía para los dioses.